¿Recuerda
cómo nuestros padres nos pusieron reglas cuando éramos niños? Reglas como no
jugar en la calle ni jugar con fósforos. ¿Recuerda cómo a veces las reglas
parecían como una carga, como que nuestros padres las hubieran inventado para
evitar que nosotros hiciéramos las cosas que en verdad deseábamos hacer, las
cosas que pensábamos que nos harían felices? A medida que crecemos, aprendemos
la importancia de estas reglas, la forma en que podríamos haber resultado
seriamente heridos o incluso haber muerto si no las hubiéramos obedecido.
Al
igual que nuestros padres mientras crecíamos, Dios nos da mandamientos para
ayudarnos a permanecer centrados en lo que es más importante y cómo mantenernos
a salvo. Toda esta guía tiene el propósito de mantenernos a salvo, de ayudarnos
a estar más cerca de Él y, finalmente, darnos más libertad y felicidad.
La
palabra “mandamiento” podría hacernos pensar en los Diez Mandamientos, una
lista de “No dirás ni harás”. Dios no sólo nos dice lo que no debemos hacer,
sino también lo que debemos hacer. Su mayor esperanza es nuestra
felicidad eterna, para que podamos estar seguros de que Sus mandamientos no son
reglas restrictivas, sino que son la guía divina destinada a protegernos del
mal y las que nos conducen a mejores formas de vida.
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