domingo, 23 de diciembre de 2012

JESUCRISTO DEJÓ UN EJEMPLO PERFECTO DE SERVICIO



La vida de Jesucristo deja muy claro el deber y el privilegio que tenemos de prestar servicio a nuestros hermanos y hermanas sobre la tierra.
Luego de Su última cena aquí en la tierra, Jesucristo se sentó con Sus discípulos, sabiendo que pronto se le quitaría Su vida mortal. Él sabía que iba a sufrir por los pecados del mundo. Conocía que uno de Sus apóstoles lo traicionaría entregándolo a la turba que lo crucificaría. Aunque debe haber sentido el peso de todos estos abrumadores pensamientos, Jesucristo humildemente se arrodilló y lavó los pies de Sus discípulos antes de dejarlos. El Hijo de Dios, que había vivido una vida perfecta y tenía el poder de sanar a los enfermos, levantar a los muertos, transformar el agua en vino, efectuó este humilde y pequeño acto de servicio. No ha existido nadie más poderoso ni más digno de devoción, sin embargo, Él se arrodilló y limpió los pies de Sus discípulos. El Salvador brindó el mejor ejemplo de servicio. Cada minuto de Su ministerio terrenal lo pasó sirviendo a Su prójimo.
Alimentó a los hambrientos. Sanó a los enfermos. Bendijo a los necesitados. Les sirvió al enseñarles. Siendo apenas un muchacho de doce años, Él estaba “en los asuntos de [Su] Padre” (Lucas 2:49). Puede ser abrumador intentar vivir conforme al ejemplo perfecto de servicio de Jesucristo, pero podemos recordar que aun nuestros pequeños actos muestran nuestra resolución de ser como Él. Cuando visitamos a los enfermos o a quienes están solos, estamos siendo como Jesús. Cuando ayudamos a nuestro vecino a reparar su techo, cuando proveemos de comida a alguien que la necesita, cuando donamos para ayudar en una catástrofe, cuando perdonamos a quienes nos ofenden, estamos sirviendo como Él serviría. El servir como Jesucristo tiene un efecto purificador en nosotros. Nos ayuda a entender la idea de que nuestro tiempo, talentos y posesiones no son sólo nuestros.

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