El primer artículo de fe de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días comienza con la declaración: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre.” Esta declaración no sólo define las creencias de un grupo religioso, si no también puede llegar a definir el estilo de vida de una persona. Esta creencia se ha malinterpretado. Creer en Dios no debería de ser algo que nos da a quién reclamar en momentos de dificultad. No se debería de utilizar para manipular a las personas, ni para crear un ambiente de temor que obliga a alguien a actuar con tal de evitar castigos. La verdadera creencia en Dios motiva al ser humano porque le da una vista de su potencial divino. Ayuda a entender su relación con los otros seres humanos y fomenta el respeto. Cuando una persona llega a conocer a Dios su vida mejora y se convierte en un beneficio para la sociedad. Cada persona debe de esforzarse por conocer a Dios.
Dios es un ser perfecto, con atributos e intenciones perfectas. Como un ser perfecto, Dios tiene mucho poder. La Biblia enseña, “porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:37) y que ni un pajarillo cae a tierra sin el conocimiento de nuestro Padre (véase Mateo 10:29). Las escrituras también contienen relatos del milagroso poder de Dios y lo que los hombres que confían en Él han podido hacer. Esto incluye partir un mar, levantar muertos, vencer ejércitos y recibir protección milagrosa. Dios también es un ser amoroso y misericordioso. El apóstol de Jesucristo, Juan, enseñó: “Dios es amor…él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4: 8-10). Jesucristo mismo reflejó el amor y la preocupación de Dios al decir: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37). Un amor perfecto por nosotros define cómo Dios utiliza su gran poder.
Debido al gran amor que Dios nos tiene, Su preocupación es nuestra felicidad. Tenemos una relación especial con Él. Dios es nuestro Padre Celestial. Somos literalmente hijos de Dios, y como tales ocupamos un lugar privilegiado en Su plan. Cada persona puede sentir que es un hijo de Dios: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Como un Padre amoroso, Él desea nuestra felicidad. De manera sencilla, Jesucristo enseñó: “si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Véase Mateo 7: 11). Dios desea que nosotros alcancemos la felicidad en esta vida.
Debido a que la preocupación de Dios es nuestra felicidad, Él obra para que sea una realidad. Por su gran sabiduría Dios sabe qué debemos hacer para ser felices. Dios ha compartido este conocimiento desde el principio del mundo. Él nos enseña de varias maneras. Primero, preparó un plan para lograr nuestra felicidad, lo conocemos como el evangelio de Jesucristo. Segundo, nos dio una consciencia para distinguir entre el bien y el mal. Esto nos ayuda a evitar cometer errores que conducen a nuestra miseria y a reconocer las decisiones que traerán bienestar a nuestra vida. El Espíritu Santo también nos ayuda a reconocer las enseñanzas verdaderas de Dios cuando se nos presentan. Tercero, Dios ha enviado profetas para guiarnos e instruirnos. Ellos reciben revelación y autoridad de Dios. Por medio de la revelación nos indican la voluntad de Dios en las circunstancias específicas a la época en que vivamos. Cada uno de estos ejemplos nos ayuda a recibir la felicidad que se desea para nosotros, sin destruir nuestra libertad de elegir. En verdad la obra de Dios es nuestra felicidad.
Podemos recibir mucha paz en nuestra vida al esforzarnos por vivir según las enseñanzas de Dios. Él es sabio y conoce nuestras circunstancias. Tiene el poder para ayudarnos. Como nos ama, podemos estar seguros de que sus consejos y su ayuda serán para nuestro beneficio. Con este conocimiento debemos tomar la firme resolución de hacer su voluntad.
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