Y leyó, diciendo: ¡Ay, ay de ti,
Jerusalén, porque he visto tus abominaciones!
Sí, mi padre leyó muchas cosas concernientes a Jerusalén: que
sería destruida, así como sus habitantes; que muchos perecerían por la espada y
muchos serían llevados cautivos
a Babilonia.
Y acaeció
que cuando mi padre hubo leído y visto muchas cosas grandes y maravillosas,
prorrumpió en exclamaciones al Señor, tales como: ¡Cuán grandes y maravillosas
son tus obras, oh Señor Dios Todopoderoso! ¡Tu trono se eleva en las alturas de
los cielos, y tu poder, y tu bondad y misericordia se extienden sobre todos los
habitantes de la tierra; y porque eres misericordioso, no dejarás perecer a los
que acudan a
ti!
Así se
expresaba mi padre en alabanzas a su Dios; porque su alma se regocijaba y todo
su corazón estaba henchido a causa de las cosas que había visto, sí, que el
Señor le había mostrado.
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