Y
aconteció que
después que Alma les hubo hablado estas palabras, se sentó en el suelo, y
Amulek se
levantó y empezó a instruirlos, diciendo:
Hermanos
míos, me parece imposible que ignoréis las cosas que se han hablado
concernientes a la venida de Cristo, de quien nosotros enseñamos que es el Hijo
de Dios; sí, yo sé que se os enseñaron ampliamente estas cosas
antes de vuestra disensión de entre nosotros.
Y como le
habéis pedido a mí amado hermano que os haga saber lo que debéis hacer, a causa
de vuestras aflicciones; y él os ha dicho algo para preparar vuestras mentes; sí,
y os ha exhortado a que tengáis fe y paciencia;
sí, a que tengáis la fe suficiente para plantar la
palabra en vuestros corazones, para que probéis el experimento de su bondad.
Y
hemos visto que el gran interrogante que ocupa vuestras mentes es si la palabra
está en el Hijo de Dios, o si no ha de haber Cristo.
Y también habéis visto que mi
hermano os ha comprobado muchas veces, que la apalabra está
en Cristo para la salvación.
Mi
hermano ha recurrido a las palabras de Zenós, de que la redención viene por
medio del Hijo de Dios; y también a las palabras de Zenoc; y también se ha
referido a Moisés, para probar que estas cosas son verdaderas.
Y
he aquí, ahora yo os testificaré de
mí mismo que estas cosas son verdaderas. He aquí, os digo que yo sé que Cristo
vendrá entre los hijos de los hombres para tomar sobre sí las transgresiones de
su pueblo, y que expiará los
pecados del mundo, porque el Señor Dios lo ha dicho.
Porque es
necesario que se realice una expiación;
pues según el gran plan del
Dios Eterno, debe efectuarse una expiación, o de lo contrario, todo el género
humano inevitablemente debe perecer; sí, todos se han endurecido; sí, todos han caído y
están perdidos, y, de no ser por la expiación que es necesario que se haga,
deben perecer.
Porque es
preciso que haya un gran y postrer sacrificio;
sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género de ave; pues no
será un sacrificio humano, sino debe ser un sacrificio infinito y
eterno.
Y no hay
hombre alguno que sacrifique su propia sangre, la cual expíe los pecados de
otro. Y si un hombre mata, he aquí, ¿tomará nuestra ley, que es justa, la vida
de su hermano? Os digo que no.
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