HIJO mío, da oído a mis palabras,
porque te juro que al grado que guardes los mandamientos de Dios, prosperarás
en la tierra.
Quisiera
que hicieses lo que yo he hecho, recordando el cautiverio de nuestros padres;
porque estaban en el cautiverio, y
nadie podía rescatarlos salvo que fuese el Dios de
Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; y él de cierto, los libró en
sus aflicciones.
Y ahora
bien, ¡oh mi hijo Helamán!, he aquí, estás en tu juventud, y te suplico, por
tanto, que escuches mis palabras y aprendas de mí; porque sé que quienes pongan
su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones,
y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en
el postrer día.
Y no
quisiera que pensaras que yo se de mí
mismo; no de lo temporal, sino de lo espiritual; no de la mente carnal, sino
de Dios.
Ahora
bien, he aquí, te digo que si no hubiese nacido de
Dios, no habría
sabido estas cosas; pero por boca de su santo ángel, Dios me ha hecho saber
estas cosas, no por dignidad alguna
en mí.
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