He aquí, mis amados hermanos, os hablo estas cosas
para que os regocijéis y levantéis vuestras
cabezas para siempre, a causa de las bendiciones que el Señor Dios conferirá a
vuestros hijos.
Porque sé que habéis escudriñado mucho, un gran
número de vosotros, para saber acerca de cosas futuras; por tanto, yo sé que
vosotros sabéis que nuestra carne tiene que perecer y morir; no obstante, en
nuestro acuerpo veremos
a Dios.
Sí, yo sé que sabéis que él se manifestará en la
carne a los de Jerusalén, de donde vinimos, porque es propio que sea entre
ellos; pues conviene que el gran Creador se
deje someter al hombre en la carne y muera por todos los
hombres, a fin de que todos los hombres queden sujetos a él.
Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los
hombres, para cumplir el misericordioso designio del
gran Creador, también es menester que haya un poder de resurrección,
y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la
caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de
la presencia del Señor.
Por tanto, es preciso que sea una expiación infinita, pues
a menos que fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría revestirse
de incorrupción. De modo que el primer juicio
que vino sobre el hombre habría tenido que permanecer infinitamente.
Y siendo así, esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en
su madre tierra, para no levantarse jamás.
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