Es
una bendición extraordinaria ser hija de Dios hoy en día. Tenemos la plenitud
del Evangelio de Jesucristo. Contamos con la bendición de tener el sacerdocio
restaurado en la tierra. Somos guiados por un profeta de Dios que posee todas
las llaves del sacerdocio.
Me
siento inspirada por la vida de las mujeres buenas y fieles. Desde el principio del tiempo, el Señor ha
depositado una considerable confianza en ellas. Nos ha enviado a la tierra en
una época como esta para efectuar una gran y maravillosa misión. Doctrina y
Convenios enseña: “Aun antes de nacer, ellos, con muchos otros, recibieron sus
primeras lecciones en el mundo de los espíritus, y fueron preparados para venir
en el debido tiempo del Señor a obrar en su viña en bien de la salvación de las
almas de los hombres” (D. y C. 138:56). ¡Qué magnífica visión nos da ese pasaje
con respecto a nuestro propósito en la tierra!
A
quien mucho se da mucho se requiere. Nuestro Padre Celestial nos pide a Sus
hijas que seamos virtuosas, que vivamos con rectitud a fin de que cumplamos la
misión de nuestra vida, así como Sus propósitos. Él desea que salgamos adelante
con éxito y sí nos amparará si buscamos Su ayuda.
El
que las mujeres hayamos nacido como tales en esta tierra se determinó largo
tiempo antes del nacimiento terrenal, como lo fueron las diferencias divinas
que hay entre hombre y mujer. Me deleito en la claridad de las enseñanzas de la
Primera Presidencia y el Quórum de los Doce que se exponen en la Proclamación
sobre la Familia. Allí dicen: “El ser hombre o mujer es una característica
esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida
premortal, mortal y eterna”1. En esa declaración se nos
enseña que toda niña era mujer y femenina mucho antes de su nacimiento mortal.
Dios
envió a las mujeres a la tierra con algunas cualidades extraordinarias. Al
dirigirse a las mujeres jóvenes, el presidente Faust dijo que la femineidad “es
el adorno divino del género humano, que se expresa en. . . su capacidad para
amar, su espiritualidad, delicadeza, resplandor, sensibilidad, creatividad,
encanto, refinamiento, ternura, dignidad y serena fuerza. Se manifiesta en
forma diferente en cada jovencita o mujer, pero todas. . . la poseen. La
femineidad es parte de su belleza interior”2.
Nuestro
aspecto exterior es un reflejo de lo que somos interiormente. Nuestras vidas reflejan aquello que buscamos.
Y si de todo corazón buscamos en verdad conocer al Salvador y ser más
semejantes a como Él es, lo lograremos, porque Él es nuestro divino y eterno
Hermano. Pero Él es más que eso: Él es nuestro amado Salvador, nuestro querido
Redentor. Junto con Alma de antaño, preguntamos: “¿Habéis recibido su imagen en
vuestros rostros?” (Alma 5:14).
Se
puede reconocer a las mujeres que están agradecidas de ser hijas de Dios por su
aspecto externo. Estas mujeres comprenden la
mayordomía que tienen sobre su cuerpo y lo tratan con decoro; lo cuidan como
cuidarían un santo templo porque entienden la enseñanza del Señor: “¿No sabéis
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1
Corintios 3:16). Las mujeres que aman a Dios nunca abusarían ni desfigurarían
un templo con graffiti, ni abrirían de par en par las puertas de ese santo y
dedicado edificio para invitar al mundo a mirarlo. Cuánto más sagrado que un templo
es el cuerpo, puesto que no ha sido hecho por el hombre, sino que fue hecho por
Dios. Nosotras somos las mayordomas, las guardas de la pureza con la que
[nuestro cuerpo] vino del cielo. “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios
le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”
(1Corintios 3:17).
Las
agradecidas hijas de Dios cuidan su cuerpo con esmero, puesto que saben que son
la fuente de la vida y reverencian la vida; no descubren su cuerpo para
congraciarse con el mundo, sino que son recatadas para recibir la aprobación de
su Padre Celestial, porque saben que Él las ama profundamente.
Se
puede reconocer a las mujeres que están agradecidas de ser hijas de Dios por su
actitud; ellas saben que las tareas de los
ángeles se han dado a la mujer y desean ser parte de la tarea de Dios de amar a
Sus hijos y de ministrarles; de enseñarles las doctrinas de la salvación; de
llamarlos al arrepentimiento; de salvarlos espiritualmente; de guiarlos en el
desempeño de la obra de Dios; de dar a conocer los mensajes de Él3.
Ellas comprenden que pueden ser una bendición para los hijos de su Padre
Celestial en los hogares y en los vecindarios de ellos, y más allá de éstos.
Las mujeres que están agradecidas de ser hijas de Dios glorifican el nombre de
Él.
Se
puede reconocer a las mujeres que están agradecidas de ser hijas de Dios por
sus aptitudes. Cumplen su potencial eterno y
magnifican sus dones divinos. Son mujeres competentes y firmes que hacen bien a
las familias, sirven al prójimo y entienden que “la gloria de Dios es la
inteligencia” (D. y C. 93:36). Son mujeres que abrazan las virtudes eternas
para ser todo lo que nuestro Padre Celestial necesita que sean. El profeta
Jacob habló de algunas de esas virtudes cuando dijo que “son de sentimientos
sumamente tiernos, castos y delicados ante Dios, cosa que agrada a Dios” (Jacob
2:7).
Se
puede reconocer a las mujeres que están agradecidas de ser hijas de Dios
mediante su reverencia por la maternidad,aun
cuando esta bendición les haya sido denegada temporalmente. En estas
circunstancias, su recta influencia puede ser una bendición en la vida de los
hijos a quienes aman. Su enseñanza ejemplar hace eco en la voz de un hogar fiel
y hace resonar la verdad en el corazón de unos hijos que necesitan de otro
testigo.
Las
hijas agradecidas de Dios le aman y enseñan a sus hijos a amarle sin reserva ni
resentimiento. Son como las madres del joven ejército de Helamán, las cuales
tenían una gran fe y “sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios
los libraría” (Alma 56:47).
Cuando
observe a una madre amable y gentil en acción, verá a una mujer de gran
fortaleza. Su familia puede percibir un espíritu de amor, respeto y seguridad
cuando está cerca de ella mientras busca la compañía del Espíritu Santo y la
guía de Su Espíritu. La familia es bendecida por la sabiduría y buen juicio de
la madre. Los maridos y los hijos, cuyas vidas ella bendice, contribuirán a la
estabilidad de las sociedades de todo el mundo. La agradecidas hijas de Dios
aprenden las verdades de sus madres y abuelas, y enseñan a sus hijas el dichoso
arte de crear un hogar. Buscan una buena educación para sus hijos y ellas
tienen sed de conocimiento. Ayudan a sus hijos a desarrollar destrezas que
puedan emplear en el servicio a los demás. Saben que el camino que han escogido
no es el más fácil, pero sí que merece la pena sus mejores esfuerzos.
Entienden
al élder Neal A. Maxwell cuando dijo: “Cuando la historia final de la humanidad
se revele, ¿hará resonar el tronar del cañón, o el eco de una canción de cuna?
¿Los grandes armisticios hechos por los militares, o la acción pacificadora de
la mujer en el hogar? Lo que ocurre en las cunas y en los hogares, ¿tendrá
mayor efecto que las grandes resoluciones tomadas en los congresos?”4.
Las
hijas de Dios saben que es la naturaleza de la mujer la que puede proporcionar
bendiciones eternas, y por ello viven para cultivar este atributo divino. Por
cierto que cuando una mujer reverencia la maternidad, sus hijos se levantarán y
la llamarán bienaventurada (véase Proverbios 31:28).
Las
mujeres de Dios no pueden ser como las mujeres del mundo. El mundo tiene
suficientes mujeres duras; necesitamos mujeres delicadas. Hay suficientes
mujeres groseras; necesitamos mujeres amables. Hay suficientes mujeres rudas;
necesitamos mujeres refinadas. Hay suficientes mujeres que tienen fama y
dinero; necesitamos más mujeres que tengan fe. Hay suficiente codicia;
necesitamos más abnegación. Hay suficiente vanidad; necesitamos más virtud. Hay
suficiente popularidad; necesitamos más pureza.
¡Ah,
cuánto rogamos que cada jovencita crezca y llegue a ser la mujer extraordinaria
que Dios sabe que puede ser! Suplicamos que su madre y su padre le indiquen el
camino correcto. Imploramos que las hijas de Dios honren el sacerdocio y apoyen
a los poseedores dignos del sacerdocio; que comprendan su gran capacidad de
fortaleza en el ámbito de las virtudes eternas de las que algunos se burlan en
el mundo moderno de mujeres liberadas de restricciones.
Rogamos
que las madres y los padres comprendan el gran potencial para el bien que sus
hijas han heredado de su hogar celestial. Debemos alimentar su dulzura, su
naturaleza caritativa, su espiritualidad y sensibilidad innatas, así como su
aguda inteligencia. Celebren el hecho de que las niñas son diferentes de los
muchachos. Siéntanse agradecidos por el lugar que ellas ocupan en el gran plan
de Dios. Y recuerden siempre lo que dijo el presidente Hinckley: “Sólo después
de que la tierra hubo sido formada, después de que el día fue separado de la
noche, después de que las aguas hubieron sido separadas de la tierra seca,
después de que fueron creadas la vegetación y la vida animal, y después de que
el hombre hubo sido puesto en la tierra, fue creada la mujer; y sólo entonces
se dijo que la obra estaba hecha y que era buena”5.
Padres
de familia, esposos y hombres jóvenes, ruego que comprendan todo lo que las
mujeres son y pueden ser. Por favor, sean dignos del santo sacerdocio de Dios
que poseen y honren ese sacerdocio, puesto que nos bendice a todos nosotros.
Hermanas,
a pesar de su edad, por favor comprendan todo lo que son y deben ser, todo
aquello para lo cual Dios mismo las preparó en la existencia preterrenal. Ruego
que utilicemos con gratitud los dones inestimables que se nos han dado para
ayudar a los seres humanos a pensar con mayor rectitud y a tener más nobles
aspiraciones, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.
QUE ARTICULO MAS HERMOSO LA VERDAD EL CUERPO ES UN TEMPLO AL CUAL NO DEBEMOS DAR ENTRADA A LAS COSAS DEL MUNDO.
ResponderEliminarDEBEMOS DE RESPETARNOS Y HACERNOS RESPETAR