¡Jamás
he visto un aspecto de la Obra del Señor en el que el orgullo
sea de algún provecho! Es más, los fracasos más resonantes que aparecen en la
Palabra de Dios son los de aquellos «grandes personajes» que creyeron poder
resolver las cosas apoyados en su entendimiento natural, para
terminar cayendo de bruces. Samuel dijo a Saúl: «¡Aunque eras pequeño en
tus propios ojos, Él te exaltó mucho!» (1Sam.15:17) Pero cuando Saúl se volvió
orgulloso y empezó a confiar en sí mismo, a apoyarse en su propia prudencia
y en su brazo carnal, en vez de hacerlo en el Señor, ¡Dios tuvo que
rebajarlo! «Antes del quebrantamiento es la soberbia» (Pro.16:18), y muchas
veces el éxito es la antesala del fracaso, ¡o la exaltación viene antes de la
humillación! «¡El que piensa estar firme, mire que no caiga!» (1Cor.10:12)
Ayúdanos,
Jesús, a mantener puesta en Ti nuestra mirada, para que no tropecemos ni
caigamos. Ayúdanos a no enorgullecernos en ningún modo, Señor. Líbranos de ese
espíritu de orgullo que es tan horrible. ¡Ojalá nos diéramos cuenta de lo poca
cosa que somos! El que cree ser algo, no es absolutamente nada (Gál.6:3).
¡Un don
nadie con una buena dosis del Espíritu Santo puede
hacer mucho más que cualquier inflado personaje lleno de presunción! Oh, Señor,
guárdanos muy junto a Ti, Jesús, en humilde serenidad y
rendidos en Tus brazos.
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