Esta
ha sido siempre la intención de Dios: convencernos de que actuemos bien
impulsados por una motivación amorosa, que lo hagamos de buena gana, por
amor a Dios y a los demás. Siguiendo el ejemplo de Dios, nosotros también
deberíamos tratar de convencer a los demás de actuar bien, movidos por el amor.
Hay
caballos que quieren a sus dueños, y otros que son tercos y rebeldes. Requiere
mucho más tiempo y paciencia amansar un caballo con cariño, ¡pero será mejor
caballo y mucho más obediente si se lo acostumbra a obedecer mediante el amor,
que domándolo por la fuerza y obligándolo a hacer las cosas por temor al
castigo!
Si
amansas un caballo y le enseñas a quererte, a obedecerte voluntariamente y a
seguir de buena gana toda instrucción y pequeña orden que le des, tendrás la
mejor cabalgadura que uno pueda montar. ¡Pero un caballo al que haya sido
necesario domar por la fuerza, porque era muy terco, seguirá queriendo romper
las reglas en cuanto se le presente la oportunidad! Lo mejor es hacer las cosas
con suavidad, no a la fuerza.
Sin
duda Dios necesita de mucha paciencia y amor con nosotros, ¡de modo que
nosotros también debemos ser pacientes y amorosos con los demás! (Efe.4:32)
Todo lo que hagas, hazlo con amor, educar a tus hijos, cuidar un ser especial, cuidar un enfermo, siempre da amor.
MAC
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