miércoles, 21 de noviembre de 2012

EN BUSCA DE LAS OVEJAS PERDIDAS.



“Mi quórum consta de mucha gente maravillosa”, dijo el presidente del quórum de élderes; “Sin embargo, la Iglesia no parece ser muy importante para ellos”. Y moviendo la  cabeza pensativo, agregó: “Me gustaría encontrar una forma de poder influir en ellos”.La preocupación de este líder hace eco en toda la Iglesia; todos los barrios y todas las ramas tienen sus miembros menos activos, y todos los barrios y ramas tienen líderes que quisieran saber la forma de lograr un cambio en la vida de sus hermanos y hermanas inactivos.Esta no es una preocupación moderna. Jesús habló de la oveja perdida, de la moneda de plata perdida, del hijo pródigo, todos los cuales habían sido parte del rebaño, del bolso, de la familia, y después se habían perdido.Junto con estas parábolas, el Salvador dio una amonestación en forma de pregunta:
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?” (Lucas 15:4,8)
Nuestra asignación es clara, y con ella, el Señor nos ha dado los medios para cumplirla: la orientación familiar. Como dijo el Pte. Harold B. Lee: “La obra misional no es otra cosa que brindar la orientación familiar a aquellos que todavía no son miembros de la Iglesia, y la orientación familiar no es ni más ni menos que la obra misional entre los que son miembros de la Iglesia. 

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