domingo, 25 de marzo de 2012

NUESTRO ESPÍRITU CRECE AL SERVIR A OTROS.



                                                                                               M.A.C.B

Varios de los discursos de la conferencia general anual de la Iglesia se dedicaron a la conmemoración de los 75 años del programa de bienestar de la Iglesia.
El día que se inauguró el programa en 1936, el presidente David O. McKay, que entonces era el consejero de la Primera Presidencia, declaró las raíces divinamente inspiradas del plan de bienestar de la Iglesia: “[El programa de bienestar] se establece por revelación divina, y no hay nada en todo el mundo que pueda cuidar de sus miembros de manera tan eficaz”1.
Han pasado setenta y cinco años. Los cambios en la economía han cursado su ciclo una y otra vez. El mundo ha visto enormes cambios en la sociedad y la cultura, y la Iglesia ha crecido de forma monumental.
Pero las palabras dichas acerca del divinamente inspirado plan de bienestar de la Iglesia ese día en 1936, son tan verdaderas hoy como lo fueron entonces.

Los principios de bienestar
En 1929 los Estados Unidos experimentaron grandes pérdidas financieras cuando el mercado de valores colapsó. Para el año 1932, el desempleo en Utah había alcanzado un 35,8 por ciento.
Aun cuando la Iglesia había establecido principios de bienestar, incluso un sistema de almacenes y un programa para ayudar a los miembros a encontrar trabajo, muchos miembros buscaban la asistencia del gobierno.
“Creo que va predominando entre la gente la tendencia a tratar de conseguir algo del gobierno de los Estados Unidos sin posibilidades de llegar a pagarlo nunca”, comentó el presidente Heber J. Grant (1856–1945) en esa época2.
Los líderes de la Iglesia querían ayudar a los miembros que tenían dificultades sin promover la ociosidad ni el sentimiento de tener derecho a la ayuda. El propósito era ayudar a la gente a ayudarse a sí misma a llegar a ser independiente.
En 1933 la Primera Presidencia anunció: “Nuestros miembros capacitados no deben pasar la vergüenza de aceptar algo sin dar nada a cambio, a menos que sea el último recurso … Los oficiales de la Iglesia que administren la asistencia deben buscar los medios por los cuales todo miembro capacitado de la Iglesia que se encuentre en situación de necesidad pueda compensar la ayuda recibida rindiendo a cambio algún tipo de servicio”3.
Con los principios establecidos y la fe de los santos en juego, las unidades individuales de la Iglesia, al igual que la Iglesia en general, comenzaron a organizar clases de costura y envasado, coordinar proyectos de trabajo, comprar granjas y poner énfasis en vivir de manera justa, frugal e independiente.
El plan de bienestar de la Iglesia
Con la organización del plan de seguridad de la Iglesia (que cambió su nombre a plan de bienestar de la Iglesia en 1938), se les dio a las personas la oportunidad de trabajar, dentro de sus capacidades, por la ayuda que recibieran. El plan enseñaba a la gente a ayudarse a sí misma en lugar de buscar donaciones de otras fuentes.
“Nuestro propósito principal era establecer … un sistema mediante el cual se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna y se establecieran una vez más entre nuestra gente la independencia, la industria, la frugalidad y el amor propio”, dijo el presidente Grant durante la conferencia general de octubre de 1936. “El trabajo ha de ocupar nuevamente su trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”4.
A lo largo de los años el sistema de bienestar de la Iglesia ha incluido muchos programas: Los servicios sociales (que ahora son los Servicios para la familia SUD), LDS Charities, los Servicios Humanitarios y la Respuesta ante emergencias. Estos programas y otros han bendecido la vida de ciento de miles de personas tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Extendiéndose al ámbito internacional
Aun después de que se superó la Gran Depresión y con el estallido de la Segunda Guerra mundial, el presidente J. Reuben Clark Jr., Segundo Consejero de la Primera Presidencia, afortunadamente recomendó que se continuara con el programa de bienestar. En octubre de 1945, el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, visitó al presidente de la Iglesia, George Albert Smith (1870–1951) para determinar cómo y cuándo se podrían enviar suministros a las regiones de Europa devastadas por la guerra. Para la sorpresa del presidente Truman, los líderes de la Iglesia le respondieron que la ropa, comida y otros suministros ya se habían recolectado y estaban listos para que se enviaran.
Con el tiempo, la Iglesia extendió las instalaciones y los programas de bienestar para que incluyera más aspectos de necesidad, incluso más áreas geográficas. En la década de los años 1970, la Iglesia extendió los proyectos de bienestar y la producción a México, Inglaterra y las Islas del Pacífico. Durante la siguiente década, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay fueron los primeros países fuera de los Estados Unidos donde se establecieron centros de empleo.
Al establecerse los Servicios Humanitarios de la Iglesia en 1985, la obra internacional de bienestar creció de gran manera a medida que se preparaba ropa y otros elementos para enviarse alrededor del mundo en respuesta a la pobreza y los desastres.
Hoy en día, el aumento del número de miembros de la Iglesia en otras naciones, especialmente en los países en desarrollo, presenta nuevos desafíos, por lo cual el programa de bienestar se está adaptando para lograr superarlos.
Un plan inspirado para la actualidad
Los principios básicos del bienestar—la autosuficiencia y la industria— siguen siendo igual hoy que cuando el Señor le mandó a Adán “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:19).
En los últimos días, el Señor ha declarado: “Y se mantendrá el almacén por medio de las consagraciones de la iglesia; y se proveerá lo necesario a las viudas y a los huérfanos, como también a los pobres” (D. y C. 83:6). Luego nos recordó: “Pero es preciso que se haga a mi propia manera” (D. y C. 104:16).
Los principios de bienestar se ponen en práctica en la vida de los miembros alrededor del mundo como un principio diario en cada uno de los hogares.
“…la fortaleza de la Iglesia y el verdadero almacén del Señor está en los hogares y en los corazones de su pueblo”, ha dicho el élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles5.
A medida que las personas logran su propia autosuficiencia a través de la fe en Jesucristo, el objetivo a largo plazo del programa, según lo describió el presidente Clark, continúa cumpliéndose: “…la edificación del carácter de los miembros de la Iglesia, tanto de quienes dan como quienes reciben, rescatando todo aquello que sea de mayor valor en lo más profundo de su ser, y sacando a florecer y a dar fruto la riqueza latente del espíritu, lo cual, después de todo, es la misión, el propósito y la razón por la que pertenecemos a esta Iglesia”6.
Los presidentes David O. McKay, Heber J. Grant y J. Reuben Clark Jr. (de izquierda a derecha) en la visita de la Primera Presidencia a la Manzana de Bienestar en 1940.
Ya sea al hacer pan (arriba a la izquierda), plantar uvas (arriba a la derecha) o dar ayuda de alguna otra manera, el programa de bienestar de la Iglesia tiene como objetivo desarrollar la autosuficiencia a través de la fe en Jesucristo.

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