M.A.C.B
Varios de los discursos de la
conferencia general anual de la Iglesia se dedicaron a la conmemoración de los
75 años del programa de bienestar de la Iglesia.
El día que se inauguró el programa en 1936, el presidente David O. McKay,
que entonces era el consejero de la Primera Presidencia, declaró las raíces
divinamente inspiradas del plan de bienestar de la Iglesia: “[El programa de
bienestar] se establece por revelación divina, y no hay nada en todo el mundo
que pueda cuidar de sus miembros de manera tan eficaz”1.
Han pasado setenta y cinco años. Los
cambios en la economía han cursado su ciclo una y otra vez. El mundo ha visto
enormes cambios en la sociedad y la cultura, y la Iglesia ha crecido de forma
monumental.
Pero las palabras dichas acerca del
divinamente inspirado plan de
bienestar de la Iglesia ese día en 1936, son tan verdaderas hoy como lo fueron
entonces.
En 1929 los Estados Unidos
experimentaron grandes pérdidas financieras cuando el mercado de valores
colapsó. Para el año 1932, el desempleo en Utah había alcanzado un 35,8 por
ciento.
Aun cuando la Iglesia había establecido
principios de bienestar, incluso un sistema de almacenes y un programa para
ayudar a los miembros a encontrar trabajo, muchos miembros buscaban la
asistencia del gobierno.
“Creo que va predominando entre la gente la tendencia a tratar de conseguir
algo del gobierno de los Estados Unidos sin posibilidades de llegar a pagarlo
nunca”, comentó el presidente Heber J. Grant (1856–1945) en esa época2.
Los líderes de la Iglesia querían ayudar
a los miembros que tenían dificultades sin promover la ociosidad ni el sentimiento de tener derecho a la ayuda. El propósito
era ayudar a la gente a ayudarse a sí misma a llegar a ser independiente.
En 1933 la Primera Presidencia anunció: “Nuestros miembros capacitados no
deben pasar la vergüenza de aceptar algo sin dar nada a cambio, a menos que sea
el último recurso … Los oficiales de la Iglesia que administren la asistencia
deben buscar los medios por los cuales todo miembro capacitado de la Iglesia
que se encuentre en situación de necesidad pueda compensar la ayuda recibida
rindiendo a cambio algún tipo de servicio”3.
Con los principios establecidos y la fe
de los santos en juego, las unidades individuales de la Iglesia, al igual que
la Iglesia en general, comenzaron a organizar clases de costura y envasado,
coordinar proyectos de trabajo, comprar granjas y poner énfasis en vivir de
manera justa, frugal e independiente.
El plan de bienestar de la Iglesia
Con la organización del plan de
seguridad de la Iglesia (que cambió su nombre a plan de bienestar de la Iglesia
en 1938), se les dio a las personas la oportunidad de trabajar, dentro de sus
capacidades, por la ayuda que recibieran. El plan enseñaba a la gente a
ayudarse a sí misma en lugar de buscar donaciones de otras fuentes.
“Nuestro propósito principal era establecer … un sistema mediante el cual
se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la
limosna y se establecieran una vez más entre nuestra gente la independencia, la
industria, la frugalidad y el amor propio”, dijo el presidente Grant durante la
conferencia general de octubre de 1936. “El trabajo ha de ocupar nuevamente su
trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”4.
A lo largo de los años el sistema de
bienestar de la Iglesia ha incluido muchos programas: Los servicios sociales
(que ahora son los Servicios para la familia SUD), LDS Charities, los Servicios
Humanitarios y la Respuesta ante emergencias. Estos programas y otros han
bendecido la vida de ciento de miles de personas tanto dentro como fuera de la
Iglesia.
Extendiéndose al ámbito internacional
Aun después de que se superó la Gran
Depresión y con el estallido de la Segunda Guerra mundial, el presidente J.
Reuben Clark Jr., Segundo Consejero de la Primera Presidencia, afortunadamente
recomendó que se continuara con el programa de bienestar. En octubre de 1945,
el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, visitó al presidente de
la Iglesia, George Albert Smith (1870–1951) para determinar cómo y cuándo se
podrían enviar suministros a las regiones de Europa devastadas por la guerra.
Para la sorpresa del presidente Truman, los líderes de la Iglesia le
respondieron que la ropa, comida y otros suministros ya se habían recolectado y
estaban listos para que se enviaran.
Con el tiempo, la Iglesia extendió las
instalaciones y los programas de bienestar para que incluyera más aspectos de
necesidad, incluso más áreas geográficas. En la década de los años 1970, la
Iglesia extendió los proyectos de bienestar y la producción a México,
Inglaterra y las Islas del Pacífico. Durante la siguiente década, Argentina,
Chile, Paraguay y Uruguay fueron los primeros países fuera de los Estados
Unidos donde se establecieron centros de empleo.
Al establecerse los Servicios
Humanitarios de la Iglesia en 1985, la obra internacional de bienestar creció
de gran manera a medida que se preparaba ropa y otros elementos para enviarse
alrededor del mundo en respuesta a la pobreza y los desastres.
Hoy en día, el aumento del número de
miembros de la Iglesia en otras naciones, especialmente en los países en
desarrollo, presenta nuevos desafíos, por lo cual el programa de bienestar se
está adaptando para lograr superarlos.
Un plan inspirado para la actualidad
Los principios básicos del bienestar—la autosuficiencia y la industria—
siguen siendo igual hoy que cuando el Señor le mandó a Adán “Con el sudor de tu
rostro comerás el pan” (Génesis 3:19).
En los últimos días, el Señor ha declarado: “Y se mantendrá el almacén por
medio de las consagraciones de la iglesia; y se proveerá lo necesario a las
viudas y a los huérfanos, como también a los pobres” (D. y C. 83:6).
Luego nos recordó: “Pero es preciso que se haga a mi propia manera” (D. y C. 104:16).
Los principios de bienestar se ponen en
práctica en la vida de los miembros alrededor del mundo como un principio
diario en cada uno de los hogares.
“…la fortaleza de la Iglesia y el verdadero almacén del Señor está en los
hogares y en los corazones de su pueblo”, ha dicho el élder Robert D. Hales,
del Quórum de los Doce Apóstoles5.
A medida que las personas logran su propia autosuficiencia a través de la
fe en Jesucristo, el objetivo a largo plazo del programa, según lo describió el
presidente Clark, continúa cumpliéndose: “…la edificación del carácter de los
miembros de la Iglesia, tanto de quienes dan como quienes reciben, rescatando
todo aquello que sea de mayor valor en lo más profundo de su ser, y sacando a
florecer y a dar fruto la riqueza latente del espíritu, lo cual, después de
todo, es la misión, el propósito y la razón por la que pertenecemos a esta
Iglesia”6.
Los presidentes David O. McKay, Heber J.
Grant y J. Reuben Clark Jr. (de izquierda a derecha) en la visita de la Primera Presidencia a la Manzana de
Bienestar en 1940.
Ya sea al hacer pan (arriba a la
izquierda), plantar uvas (arriba a la derecha) o dar ayuda de alguna otra
manera, el programa de bienestar de la Iglesia tiene como objetivo desarrollar
la autosuficiencia a través de la fe en Jesucristo.
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