martes, 25 de septiembre de 2012

CONVENIOS DE LOS PROFETAS.

Ahora bien, amados hermanos míos, he leído estas cosas para que sepáis de los  convenios del Señor que ha concertado con toda la casa de Israel, que él ha declarado a los judíos por boca de sus santos profetas, aun desde el principio, de generación en generación, hasta que llegue la época en que sean  restaurados a la verdadera iglesia y redil de Dios, cuando sean  reunidos en las  tierras de su herencia, y sean establecidos en todas sus tierras de promisión.

He aquí, mis amados hermanos, os hablo estas cosas para que os regocijéis y  levantéis vuestras cabezas para siempre, a causa de las bendiciones que el Señor Dios conferirá a vuestros hijos.
Porque sé que habéis escudriñado mucho, un gran número de vosotros, para saber acerca de cosas futuras; por tanto, yo sé que vosotros sabéis que nuestra carne tiene que perecer y morir; no obstante, en nuestro acuerpo veremos a Dios.
Sí, yo sé que sabéis que él se manifestará en la carne a los de Jerusalén, de donde vinimos, porque es propio que sea entre ellos; pues conviene que el gran  Creador se deje someter al hombre en la carne y muera por todos los hombres, a fin de que todos los hombres queden sujetos a él.
Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso  designio del gran Creador, también es menester que haya un poder de  resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la  caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor.
Por tanto, es preciso que sea una  expiación  infinita, pues a menos que fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría revestirse de incorrupción. De modo que el  primer juicio que vino sobre el hombre habría tenido que  permanecer infinitamente. Y siendo así, esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás.

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