lunes, 9 de abril de 2012

EL SANTO TEMPLO



Por el presidente Boyd K. Packer
Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles

Son muchas las razones por las cuales debemos desear ir al templo. Este edificio, aun en su aspecto exterior, parece dar una idea de sus fines de carácter profundamente espiritual. Dicho carácter espiritual se hace mucho más patente dentro de sus paredes. Sobre la puerta que conduce al interior del templo, se encuentra la inscripción: “Santidad al Señor”.Cuando se entra en cualquier templo que se haya dedicado, se entra en la casa del Señor.
Los miembros de la Iglesia que se hacen merecedores de entrar en el templo pueden participar allí en las ordenanzas redentoras más exaltadas que se han revelado al género humano. Allí, mediante una ceremonia sagrada, la persona puede ser lavada y ungida, recibir instrucción, ser investida y sellada. Una vez que la persona ha recibido estas bendiciones para sí misma, puede oficiar por aquellos que han muerto sin haber tenido la misma oportunidad. En los templos se efectúan las ordenanzas sagradas tanto para los vivos como por los muertos.

Estas cosas son de carácter sagrado

Al leer las Escrituras detenida y concienzudamente, se nos revela el hecho de que el Señor no comunicó todas las cosas a todas las personas, sino que se establecieron ciertos requisitos prescritos de antemano para poder recibir información sagrada. Las ceremonias que se efectúan en el templo caben dentro de esta categoría.

No hablamos de las ordenanzas del templo fuera de este edificio. Nunca se tuvo como propósito que el conocimiento de dichas ceremonias se circunscribiera a un corto número de personas selectas a quienes se obligaría a que se aseguraran de que nadie más se enteraría de ellas; en realidad, es todo lo contrario, ya que exhortamos vigorosamente a toda persona a prepararse y hacerse merecedora de participar en las ceremonias del templo. A los que han ido a la casa del Señor se les ha enseñado un ideal: Algún día toda alma viviente y toda alma que haya vivido tendrá la oportunidad de oír el Evangelio y de aceptar o rechazar lo que el templo ofrece. Si se rehúsa esta oportunidad, el rechazo debe provenir de la persona misma.
Tanto las ordenanzas como las ceremonias del templo son sencillas. Son hermosas y son sagradas. Se conservan confidenciales, no sea que se den a conocer a quienes no estén preparados para ellas. La curiosidad no es una preparación, como tampoco lo es un profundo interés. La preparación para dichas ordenanzas supone ciertos pasos preliminares, a saber: fe, arrepentimiento, bautismo, confirmación, méritos, además de la madurez y de la dignidad que se espera de aquel que va como invitado a la casa del Señor.
Todos los que sean dignos y cumplan con todos los requisitos establecidos pueden entrar en el templo para conocer allí las ordenanzas y los ritos sagrados.

Dignos de entrar

Una vez que usted haya comenzado a vislumbrar la importancia de las bendiciones del templo, así como el carácter sagrado de las ordenanzas que allí se realizan, no sentirá deseos de poner en tela de juicio las elevadas normas que el Señor ha establecido para entrar en Su santa casa.
Debe usted tener en su poder una recomendación al día para ser admitido en el templo. Dicha recomendación debe ser firmada por los correspondientes oficiales de la Iglesia. Sólo los que son dignos deben ir al templo. El obispo o el presidente de rama tiene la responsabilidad de hacerle preguntas con respecto a su dignidad personal. La entrevista que realiza con este fin es de gran importancia para usted como miembro de la Iglesia, dado que es una ocasión en la que puede examinar, junto con un siervo del Señor, el curso de su vida. Si hubiera en ella cualquier asunto impropio, el obispo podrá ayudarle a resolverlo. Por medio de este procedimiento, vale decir, el de aconsejarse con un juez común en Israel, podrá declarar su dignidad —o se le puede ayudar a establecerla--- para entrar en el templo con la aprobación del Señor. 
La entrevista para conseguir una recomendación para el templo se lleva a cabo en privado entre el obispo y el miembro de la Iglesia interesado en obtenerla. En dicha entrevista, a éste se le hacen preguntas concienzudas con respecto a su conducta y su dignidad personales, así como a su lealtad a la Iglesia y a sus oficiales. La persona debe certificar que se halla moralmente digna y que está observando la Palabra de Sabiduría, pagando honradamente su diezmo, que está viviendo de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia y que no mantiene afiliación alguna ni simpatiza con ningún grupo apóstata. El obispo tiene instrucciones de guardar estrictamente confidenciales los asuntos que trate con el entrevistado.
El dar respuestas aceptables a las preguntas del obispo deja, por lo general, establecida la dignidad de la persona para recibir la recomendación para el templo. Si el interesado no guarda los mandamientos o hay algo fuera de lugar en su vida que deba ponerse en orden, será necesario que demuestre un arrepentimiento sincero antes de poder recibirla.
Después que el obispo haya llevado a cabo la mencionada entrevista, también un miembro de la presidencia de estaca entrevista a cada uno de nosotros antes de que podamos ir al templo.

Instruidos de lo alto

Antes de ir al templo por primera vez, o aun después de haber ido muchas veces, tal vez le sirva de ayuda comprender que en el templo la enseñanza se imparte en forma simbólica. El Señor, el Maestro de maestros, presentó gran parte de Sus enseñanzas de esa manera.
El templo es una excelente escuela; es una casa de aprendizaje. En él se conserva un ambiente propicio para la instrucción sobre asuntos esencialmente espirituales. El fallecido élder John A. Widtsoe, miembro del Quórum de los Doce, fue un distinguido rector universitario y un erudito mundialmente conocido. Sentía una profunda reverencia por la ceremonia del templo, y una vez dijo:
"Las ordenanzas del templo comprenden el plan completo de salvación, como lo han enseñado de cuando en cuando las autoridades de la Iglesia, y dan claridad a temas difíciles de entender. No hay nada que torcer o enroscar para acomodar las enseñanzas del templo dentro del gran plan de salvación. La integridad filosófica de la investidura constituye una de las grandes pruebas que corroboran la veracidad de las ordenanzas del templo. Por otra parte, la minuciosidad de este examen y la exposición del plan del Evangelio convierten la adoración en el templo en uno de los métodos más eficaces para refrescar la memoria con respecto a la estructura total del Evangelio" (Utah Genealogical and Historical Magazine, abril de 1921, pág. 58).
Si usted va al templo y tiene presente que la enseñanza que allí se imparte es simbólica, y si va con el debido espíritu, nunca saldrá de él sin que su visión se haya ampliado, sin sentirse un poco más elevado, sin que su conocimiento haya aumentado en lo tocante a las cosas espirituales. El plan de enseñanza es excelente; es inspirado. El Señor mismo, el Maestro de maestros, instruyó a Sus discípulos enseñándoles constantemente con parábolas, una forma verbal de representar simbólicamente las cosas que de otro modo podrían ser difíciles de comprender.
El templo mismo llega a ser un símbolo. Si ha visto de noche uno de los templos, totalmente iluminado, conoce la impresión que esa vista produce. La casa del Señor, bañada de luz, destacándose en medio de la oscuridad nocturna, viene a ser un símbolo del poder y de la inspiración del Evangelio de Jesucristo, que se eleva como un faro en un mundo que se hunde cada vez más en la oscuridad espiritual.
Al entrar en el templo, usted se cambia la ropa de calle por la ropa blanca del templo. Este cambio de ropa se hace en el vestuario, donde se designa a cada persona un armario individual con un compartimiento para vestirse, totalmente en privado. En esta santa casa se observa esmeradamente el ideal de la modestia. Al guardar sus prendas de ropa de calle en el armario, deja allí, junto con ellas, sus preocupaciones, inquietudes y distracciones. En seguida, sale del vestuario vestido de blanco, y experimenta una unidad y una sensación de igualdad común a todas las personas que se encuentran allí, dado que todos los concurrentes están vestidos de ropas semejantes a las que usted lleva puestas.

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